Si Prometeo levantara la cabeza, ¿nos crearía de nuevo y nos entregaría el fuego? La mitología dice que este titán fabricó y amó a la humanidad. Los dioses le castigaron: Prometeo fue encadenado y un águila le devoraba las tripas, éstas volvían a salir y el ave se las volvía a devorar, una y otra vez y para siempre. Quizá fuera también una tortura para el verdugo.
François Flahault es director de investigación del Centre National de la Recherche Scientifique y con El crepúsculo de Prometeo hace una crítica a la desmesura humana, es decir, a su capacidad para ir a un más allá de lo (im)posible sin reparar en gastos económicos, simbólicos, humanos, planetarios.
El libro traza en su índice el periplo a través del cual va a darnos a conocer la geografía de una desmesura, de una capacidad que es una incapacidad, de un heroísmo que es la rampa de una no descartable autodestrucción, de una voluntad de poder que haya un sentido vital y estimulante más en la aventura y el reto que en la justicia y el bien común.
La obra de Julio Verne es epítome literario y filosófico de este fenómeno de ultraliberación y autorrealización de un yo implacable que avanza conquista tras conquista, y que, actualmente, se proyecta en una modernidad sometida al ultraliberalismo económico, político y social. Nemo (“nadie” en latín, o todos, o cualquiera) y su Nautilus se sacuden del mar todo aquello que molesta a su gran objetivo, su gran misión, su gran destino, sin importar valores “secundarios”: vidas humanas. ¿Qué es el número, cualquier número, ante el infinito?
El libro traza en su índice el periplo a través del cual va a darnos a conocer la geografía de una desmesura, de una capacidad que es una incapacidad, de un heroísmo que es la rampa de una no descartable autodestrucción, de una voluntad de poder que haya un sentido vital y estimulante más en la aventura y el reto que en la justicia y el bien común.
“La función fundamental (y muy delicada) de una sociedad y de una cultura –dice Flahault– es alimentar la sensación de existir de todas las personas, y hacerlo de tal manera que se preserve la coexistencia”. Por ello, el autor nos propone: por un lado, escapar de las perturbadoras tentaciones que pone a la humanidad el espíritu prometeico materializado hoy en el neoliberalismo que agota nuestros ecosistemas (mentales, socioeconómicos y ecológicos); y, por otro, desarrollar una individualidad no absoluta sino relativa, una libertad no incondicional sino co-inspiradora, una voluntad de poder no supremacista sino valedora del “bien común vivido”, y que, culturalmente, se expresa como una existencia de transgeneracionalidad, intercambio de saberes, trans-individualidad.
Cantaba Rubén Darío A un poeta: “Nada más triste que un titán que llora,/hombre montaña encadenado a un lirio…”. Rehacemos la pregunta inicial: si Prometeo levantara la cabeza, ¿lloraría por los frutos de su obra? Flahault nos interpela a que reconstruyamos el proyecto humanista de la modernidad sobre la base del bien común vivido y la aceptación de una diversidad y precariedad del existir que, si bien nos hace vulnerables, también nos hace ser quien somos: (parafraseando a Nietzsche) humanos, demasiado humanos.
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